(abecedario malachín)
(Agotes, adán/eva)
La Gaviota, nuestro hogar, ha caído en desgracia, como lo yo. Es mi culpa: mi abecedario.
Me escribí todas las noches, toda la noche sin. Me escribía lo no. Así de por vida. Fui la noche que habló. Fui la noche. Era algo. No hablaba.
Ahora entiendo la perspectiva del derrumbe, en todos sus niveles, su discontinuidad. La no-lectura diurna, ante los otros, resultó temible, divisoria, sin acceso a la comprensión, mientras caminaba de la mano de mi hija muerta que caminó junto a su padre muerto que vagó en esta tierra que caminará sin ella, vereda obviamente mortal.
Ya no hay tiempo y sin embargo es la Hora.
Pronto celebraremos su primera comunión. Gustaré la sombra y su sonido de furia. Asistiré, pero no me verán a su lado.
Lo sé: la posibilidad es el Salto a ninguna parte que conociera, anunque soy.
La Creación pisará la creación, y florecerán sus nadas salvajes, sus galas fúnebres, sus algas, sus alas. El sonido previo al inicio donde nunca es lo siempre.
A veces, abecedarios en los vencejos tiritantes del Norte, paseamos sin manos por la Berlín Alexanderplatz junto a sus hombres huecos y solos, o entablamos la última batalla de ajedrez -la inicial- con la Parca a orillas del mar roto como cera, o quemamos mis brazos al matar la muerte -que danza en el castillo que nos espera y que nos delata candelabros al sur de la maNo, o me asombro cómo dispara osada en mi sien -una vez más, iNocente- mientras ladra el Perro que mengua, o desciende -como el nomundo manda- encarnada a la luz de su cama crisantemo. Sé NO, le digo y le digo y le digo.
Uñas sucias de elefante ante el espejo donde le rompo la espalda a mi hija maga.
Estaré a tu lado sin ser visto, lo sé, sin ser, sin verme.
La Gaviota ha caído en desgracia para que tú emerjas sin nacer, Estrellita, a la viva muerte de tu padre ciego, éste que nos lee.
Me escribí todas las noches, toda la noche sin. Me escribía lo no. Así de por vida. Fui la noche que habló. Fui la noche. Era algo. No hablaba.
Ahora entiendo la perspectiva del derrumbe, en todos sus niveles, su discontinuidad. La no-lectura diurna, ante los otros, resultó temible, divisoria, sin acceso a la comprensión, mientras caminaba de la mano de mi hija muerta que caminó junto a su padre muerto que vagó en esta tierra que caminará sin ella, vereda obviamente mortal.
Ya no hay tiempo y sin embargo es la Hora.
Pronto celebraremos su primera comunión. Gustaré la sombra y su sonido de furia. Asistiré, pero no me verán a su lado.
Lo sé: la posibilidad es el Salto a ninguna parte que conociera, anunque soy.
La Creación pisará la creación, y florecerán sus nadas salvajes, sus galas fúnebres, sus algas, sus alas. El sonido previo al inicio donde nunca es lo siempre.
A veces, abecedarios en los vencejos tiritantes del Norte, paseamos sin manos por la Berlín Alexanderplatz junto a sus hombres huecos y solos, o entablamos la última batalla de ajedrez -la inicial- con la Parca a orillas del mar roto como cera, o quemamos mis brazos al matar la muerte -que danza en el castillo que nos espera y que nos delata candelabros al sur de la maNo, o me asombro cómo dispara osada en mi sien -una vez más, iNocente- mientras ladra el Perro que mengua, o desciende -como el nomundo manda- encarnada a la luz de su cama crisantemo. Sé NO, le digo y le digo y le digo.
Uñas sucias de elefante ante el espejo donde le rompo la espalda a mi hija maga.
Estaré a tu lado sin ser visto, lo sé, sin ser, sin verme.
La Gaviota ha caído en desgracia para que tú emerjas sin nacer, Estrellita, a la viva muerte de tu padre ciego, éste que nos lee.
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