@antonio.medinilla
Warkión y Josilopa (1919)
Fotografía de Martín Gusinde
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Y mientras avanzaba el otoño sobre la noche de Triana, mientras junto a ella otra sombra le sostenía la mano que me perteneció, aún pude recorrer la Cordillera de las Raíces, tan amarillo como un limón en la espesura. Continuaba mi camino por la isla K’oin-harri, la raíz del mundo selk’nam, con sus picos recortados sobre el horizonte tembloroso, bajo la niebla que resbala incansable, como yo, precipitándome por su costado al pronunciar vuestro nombre aislado y doble en las calles erróneas de santiago y rinconadas.
Y yo, a ti, Warkión, le confesé. Y a ti, yo, me contestó. Yak haruwen chesken, quiero volver a mi comarca. Josilopa allí sonreiría luminosa, mirando a salvo la línea horizontal de mi mano que apartaría del corazón su razón ya zaherida, que apartará al sol implacable de su mirada cansina, yak haruwen chesken, que apartará de sus ojos (frente al mar salvaje) el mar cansado de nuestros ojos, yak haruwen chesken, arrebujada al fin, resplandeciente como un jazmín en la sombra, entre pieles jóvenes de guanaco, tan cierta como el perfume vivo del azahar que hoy te mira. Nos está mirando en ambos mundos.
Un lejano día de 1970 inicié un viaje que no acabará nunca sino en tus labios. La historia de nuestras rodillas verdaderas, la historia de sus rodillas verdes, la historia de vuestras rodillas negras, mías, negras, verdes y blancas en la Isla del Fuego, y en las mareas de vuestro nombre. Qué buen suceso. Cayera fina la lluvia por el camino. Cayera un canto selk’nam.
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