Samsa había aprendido a volar bajo el mar, lo que de por sí no era un hito tan admirable
para un insecto. Gozaba las piedras marinas que regó como si fueran flores, ay manojitos, mis manojitos de claveles, y con su habitual disciplina espartana, logró días completos sin
hablar con nadie, de nada.
De
Guinnes, sí, aunque esta noche no debieras acercarte a él. Parece un ángel enfermo,
agazapado en el rincón favorito de su antigua casa en venta, y adolece. Cómo enfurece
por falta de amor… y de odio, inapetente.
a.medinilla
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