S U P L E M E N T O D O M I N I C A L
«—Sí. La señorita dijo que, aunque no viéramos nada, allí se produjo una civilización. »
«La muerte de una mosca: es la muerte. »
MARGUERITE DURAS
No es la tumba del Nilo. Es la cama deshecha. El mar que bosteza. Furioso y sucio.
Lo supe ayer. Te quedarás con tu sangre y yo con la mía, a las doce de la noche. Falta un año y falto yo.
Las nubes cubren la escritura y la alegría de tus ojos. Leímos y leemos y leemos.
Garabatea sobre el gato con botas, el Clarín de la mañana monopólica y el Uruguay invasor, provincia nuestra. Nuevamente ha nacido la radio. K. era otro, eso creo recordar. La torre alimentando peces. Praga tampoco existe. Seamos claros. Seamos negros.
La franja en el horizonte gris. Estudia un hueco. Qué esperanza. Un hueco. Luego se demostró, el hueco. Se demostró acá, azul y azul y azul. Pero ya estabas enferma.
Vigila el dormitorio por si acaso algo, por si acaso vuela. La enseñanza de la hierba que queman. Otra hierba. La yerba. La yerba que no se arrodilla. Nada que ver. Insulso, don Juan.
El olor a pucho levita, insoportable y necesario. Como la noche. Como el silencio. Abro la ventana, necesario, insoportable.
Dos bestias gritan y golpean al automóvil inocente. La una.
La mínima y la máxima en la última página, indebidamente en blanco. Dan las dos, pie de imprenta.
No entiendo tu enfado. Ni el mío. Duermes junto a la ventana. Sé que no es mi culpa: apenas levanto mis huesos del suelo. Pero es la culpa.
Los ruidos de la noche veraniega, humana, demasiado humana. Humanos eran, allí y acá ahora. Nadie sana la lepra de sus hijos muertos, nadie curó a las bestias que aullarán borrachas a la misma hora, un año más. Otro día más. El Atlántico es así. Igual que todo.
Cabeceo. Una galería de gatos locos, desnudos —cuarentones, por supuesto— a quienes honrar y devorar al instante. Pero nadie oye el sueño de la nación. Ni el silencio del mar. Un perro. Un perro, hermano mío. Un perro. Estoy a salvo.
Se masturba junto a la bestia que aúlla sin consuelo, con los genitales retorcidos por el dolor marino. Qué frío. La enfermedad. La misma noche. Estamos solos y apenas. No será tan boludo. Sí. No lo encontrarán como a Iván Heyn. Sin aire.
Quiero volver, quiero volver, mi amor, a este infierno anual de buenas intenciones.
¿Tiene derecho?
Tiene derecho.
El tsunami y la morriña no existirán mañana. El kril, en la olla, tal vez sí (qué invento el metal), si la escritura amaneciera, si recordara, si la escritura amaneciera feroz, si la escritura recordara feroz y herética, helada bajo el sol resplandeciente (qué invento el freezer).
Volvimos a casa. Tanta y tamaña tierra que diga alguien que dije yo.
AMEDINILLA
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