(un jardín violento)
Habitualmente, de regreso al hogar, a Samsa le complacía demorarse por los baldíos cercanos, fijando la mirada en cualquier yerbajo sin nombre y sin escrúpulo de crecimiento. Su momento predilecto durante aquellas jornadas de sol implacable. Cerraba los ojos y, sin esfuerzo aparente, lograba oír cómo el pasto salvaje nacía y crujía sobre el terreno, crecía y avanzaba pausadamente hasta alcanzar las piernas, ocultando finalmente sus botines descuidados y miserables de obrero de la construcción.
Qué grato y limpio era todo aquello. Duraba sólo un instante, el suficiente para olvidar el ingrato mundo de diez horas laborables, y recordar que, en aquel mismo lugar pero en otro tiempo impreciso, y esto no siempre Samsa conseguía entenderlo, alguien había escrito sobre un jardín salvaje… con sus propias manos, éstas, que colgaban ahora como un peso muerto, cubiertas por la vegetación ingobernable.
AMEDINILLA
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