Mi rubor de amante polar no fue un libro explícito sino desorden hambriento de hechos. Hechos que enlazan besos de agua. Lazos que enlazan brazos. Brazos que enlazan pueblos. Así entendimos que, pasando páginas, mis brazos fueran extrañamente largos cuando te miran, prendiéndome.
Carne, ya es hora de extenderlo al escribirlo.
Tu rubor de carne y sebastian no era el fuego espontáneo que pretendimos, sino elección de actos, verbo y brazos. Manos que enlazaron hechos de carne y ternura premeditados. Lazos que ensartaron sueños y distancias, lo posible, lo orgiástico e indistinto, la nada lasciva.
Asumimos, aquí y ahora, que tus brazos sean también extrañamente largos... al descubrirme llegando, a lo lejos, en el libro, prendiéndote.
AMEDINILLA
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