12/9/20

de P S I C O L O G Í A




(los presentes)

   —Comeremos gusanitos, cariño —anunció mamá con su falda levantada hasta la cintura, de espaldas, mientras Samsa gateaba por la cocina en penumbras, husmeando los juguetes favoritos dispersos por el suelo todavía húmedo. La gran barra negra de pan de higo, una por cada esquina; el dragón azul que mariposea en el techo sin rozar las paredes de la calumnia; prodigiosos olores, sus juguetes favoritos; calditos, yerbas, cremitas... Y no obstante, su preferido, y los ojos verdes como lunas lo delataban, fue siempre el ángel del mar que aparecía de improviso en la vulva de mami, asomando y ocultando un aleteo procaz, hábilmente de su sexo a su boca, y de la boca a la suya, y de nuevo a su sexo, brincando sobre una espiral de babas enloquecidas.
   «Entendería que su memoria pervive en cuevas, entrada sin salida —pergeñó Psicología, en su cuaderno de notas, respecto al niño Samsa—, o que su amor penetrara, se arrinconara y extinguiera como la luz en las cavernas. No obstante, su mente semejaba una fosa común, siempre viva, de ocultos recuerdos, lascivos en su silencio».
   Ciega, bajo la luz chorreante del verano abrasador, plagado de árboles sudorosos en la capital sin nación, Psicología anotaba estos caprichos del niño Samsa, cuando otro ángel del mar, esmeralda, reptó por el marco de la ventana, viscoso e imprevisto, y saltó al dormitorio conyugal sobre sus piernas entreabiertas, firmes y empapadas («qué curioso, porque verde esmeralda, sólo verde, era el color sucio de los ojos de Samsa… y de los suyos», ya ciega, pensó sorprendida, cerrando el libro).


a.medinilla

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