[nubes y epicentro]
Cuando amaneces por la carretera, todas las lechuzas han cerrado sus ojos, y un perro, negro como un árbol de Munch, sobrevuela la noche que acaba mientras hamaco a nuestra hija de nieve y henna, parpadeando entre mis brazos hasta que vuelva a dormirse bajo tu nombre a la espera, bajo un tono rosa, bajo mi ramo de flores y hasta la próxima imagen, ad libitum. Qué limpieza sucede entonces en el mundo, coño, Carne, mirarte al amanecer por la carretera, y admirar cómo vuelas entre las nubes con tu escoba y con Sebastian, “y aunque tenga dudas muchas veces, cada día estoy más segura de que va a sucedernos algo precioso, cielo” porque eras un lago de nenúfares que tiembla, con epicentro en tu habitación, con tus bragas que aparecen por las mañanas de mi alma, hablándome en voz baja de nuevo cuando sale el sol y el mar no acaba, y con Sebastian ladrando, y con tu boca tan roja, sanitasana, otra vez goteándome. Mi perdición.
a.medinilla
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