GOTITAS DE ORO
—Vení acá, «meu Brasil brasileiro, meu mulato inzoneiro, vou cantar-te nos meus versos», vení acá, que andas mal con tanta bossa nova, niño, y oye esto bien, que hace mucho que no hablamos de hombre a hombre, de «toíto to».
—En todo caso, Sebas, de perro a can dirá usted… «canta de novo o trovador» —Sebastian acercó el hocico, plano, oscuro y húmedo, a su nariz encendida por el calor de agosto. Resoplando fuerte, comenzó a explicarle el secreto de todas aquellas revoluciones populares… que, por lo que pude entender entre ladridos y gestos, vino a ser el de sus flores reventonas y los cactus robados, saben ustedes, y el de las sillas de mimbre y las fotografías donde «qué linda está, qué buena es, coño», y del griego infumable y el latín atragantado, y no sé cuánta cosa más pudo ser dicha, solidario, solidaria, repetida veinte veces. Un batiburrillo extasiado.
—Oime, canijo. Si me salvo yo, killo, nada significa si no te salvas vos, que no competimos. Somos un pueblo feo pero honrado, y hermosos, en la plazoleta pública de la iniquidad….
—Ay qué vocabulario excelso, qué maravilla. Ay no, feo no, feo yo, ¡vos, no!, vos sos re lindo, Sebas… —le interrumpió el canijo y Sebas ladró furioso esta vez, advirtiéndolo.
—No seas pelota, pelotudo, y oime... Te decía que si me salvo yo es para que te salves tú, feo o guapo, y si no me salvo yo, tú me salvarás, joío por saco, y ahí nos salvaremos juntos e iremos a buscarla nosotros mismos. ¿Listo? Porque al menos, por el camino, sanitasana, oiremos la voz del pueblo que fuimos, hombre, que somos, porque nuestra plaza es un parque público que parece un bosque encantado y ella la reina, donde los árboles susurran a su oído el corazón blanco de la noche y la justicia para los oprimidos, y diremos entonces que no estábamos solos, suceda lo que suceda, que su vida la resuelve ella, ¡menuda es ella!, pero que si no, si no me salvo yo, me salvarás tú, y si me salvo yo y no puedes tú o vos, que no sé ya qué idioma hablas, te salvaré yo y la salvamos a ella, pedazo bombón, que si no, ay por dios, alguno lo hará por nosotros (no vaya a ser que desembarque algún prenda, canijo, que hay mucho guarro suelto), porque esta locura debe detenerse, criatura veloz, y comenzar a significar algo, común y solidario y pequeñito, de una vez por todas. Que la vida es otra cosa, «o Corcovado, o Redentor, tan lindo», y no se puede organizar bajo el principio de la competitividad y la meritocracia, carajo, qué es esta locura, cojonato.
—Que te salves, que me salve, que te salvo, que nos salven que os salvo, que nos salvemos todos… Ay qué bonito es todo, Sebastian. Me gusta. Me encanta. «Re piola», como dijo alguien… Desde luego no pareces un perro ni de coña —Sebastian ladró feliz y, de un brinco, mordió suavemente su barbilla blanca, comenzando a girar, enloquecido, alrededor de la silla de mimbre, recién barnizada.
—Ay niño, qué bonito es esto de dar vueltas…
—¡Viste! Ven conmigo ahora, que lo estás deseando.
En silencio, a gatas, llegaron al baño. Traspasando el umbral, se tumbaron junto a la esterilla mojada, al pie del plato de ducha, mientras Carne aliviaba el insoportable olor a verano bajo mil gotitas de oro.
—Canijo, y yo que huelo a arroz con brócoli…
—Ay Sebas, qué animal, eso fue lo que almorzaste ayer. Yo sólo huelo a gotitas de oro.
—Pues eso: ¡lo mismo! Buena señal, hijo, vas a comer oro líquido, «quero a vida sempre assim».
—«Ay de min, coração meu, convém descansar e amar» —suspiraron juntos.
Hubo un silencio semejante a un beso primero, al nacimiento de un mundo en celo. Qué olor entonces.
—¡Guau! —dijeron al verla frente a ellos, su pie dorado y húmedo salir por la cortina del baño, y descubrirlos espiándola, cuando una lluvia de oro cubrió las tres sonrisas, y el mundo entero se hizo un verbo de gloria.
—Vengan —dijo Carne.
—Vamos —dijeron ellos.
—Me voy, me voy, me voy —dijo Carne, y el mundo se hizo blanco y dorado, lo sabemos, mientras llegaba la noche como gotitas de oro.
a.medinilla
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