Ante ellos, nativos, perfectos, verdes, aureolados. Con sus uñas negras de tierra virgen y oraciones misteriosas, tengo pavor. Temblamos de pies a cabeza. Temo explicar que todos los caminos conducen al mar turquesa que nunca verán, capitán, mi capitán.
Cual hoy, me arrodillo y enjugo sus pies con el organismo de mi tristeza, lo más tiernamente que puede un hijo del mediterráneo. No por ello, dejaremos de ser conquistadores y amargas bestias.
a.medinilla
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