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Menéndez, capataces y peones ingleses, escoceses, irlandeses e italianos, fueron los cazadores de indios que como Mac Lennan o «chancho colorado», pusieron el precio de una libra por testículos y senos, y media libra por cada oreja de niño.
>La mujer selk’nam goza de una voz profunda y enérgica, de timbre lleno y sonoro. A veces se puede pensar que se trata de un canto de hombres… y a veces son trinos.
Cómo cantar. Cómo decir. Cómo callar.
Cómo nombrar los pechos de Warkión,
inmaculada concepción, amputados
por dos libras esterlinas,
flotando en los salmos de mi memoria.
>Desde el Estrecho Le Maire hasta el Río Irigoyen,
las aguas adquieren ese tinte cobrizo, propio de las sangre libre de las flores,pero también de los pájaros.
Cómo llorar. Cómo cantar.
Cómo volver a los cielos olvidados.
–No puedo, Olum. No es para civilizados.
–Pero necesito que hables, Lola.
–Quizás puedan decírtelo los canarios: ellos derriban la estructura temblorosa de las ovejas con un trino.
TAM TAM
Mar –os cuento–, hermana de Viento,
tuvo muchas hijas, ballenas, surtidores líricos,
que ahuyentaban el mal, el hambre de mi pueblo.
–¿Qué son? [canarios]
–¿Y las ballenas? [no están]
TAM TAM
–¿Qué dicen? [no es para civilizados].
TAM TAM TAM TAM
–También nos cortaban las orejas, dicen.
–Eso nunca debí oírlo. Me matan suavemente TAM TAM con su trino.
Una variante del mito precisaba que en tiempos remotos el Estrecho Le Maire era laguna y que Mar lo abrió para que sus hijas huyeran del hombre rojo que las perseguía. Se convertirían en ballenas.
–A veces, si no teníamos que comer en el inverno, sangrábamos la nariz sobre la nieve para atraer y atrapar gaviotas. Qué belleza.
Quizás debí entregar mi corazón blanco al atardecer
TAM TAM cuando callaron los árboles. No sé.
¿Qué ramas, qué OjOs recordaremos ahora?
Debo mirar las hojas, debo llorar sus brotes.
>Cantaban para sanar a los niños y llorar a sus muertos.
Cantaron a Sol y a Luna cantaban, y a los robles, y al guanaco primer, y a los cuatro cielos terminales de las tormentas.
Cantaban a sus hijos dormidos con plumas en la nieve.
Cantaron las semillas de las entrepiernas.
–Mujeres como voces de ballena. Tormentas. Mujeres como trinos.
Elij, te recuerdo.
[digo niñas, dije semillas coloradas,
diré la sombra de sus nombres]
Yoter, te recuerdo.
Otrich, Yoimolka, Haricho,
Kachira, Anien, Amilken,
os recuerdo.
–¿Dónde se fueron? Había muchas mujeres.
–Ya nadie vive aquí salvo aquellos que marcharon al infinito.
Llegamos a Tierra del Fuego hace diez mil años. Mujeres, tráiganme pintura roja para mirar los años.
–No, no sé mi edad. El año no está escrito. Pero año no hay. No está.
–Koliot, devuélveme a Luna. Quedó temblorosa…
[si no llega Amilken, Luna pondrá un trozo de uniforme de policía en tu boca y te sentará entre sus piernas, agarrado a Luna, conocerás el mismo destino de mi pueblo]
–Lo que mereces, capa roja.
[El último Hain se celebró en 1933]
–Malos cristianos, matar indios, yo os acuso.
Hú ku húu hali schani k`ai pé néme
Mujeres, tráiganme pintura roja,
esperanzas para mirar mi noche
tan oscura y sin alma.
–Iremos a buscar amapolas, iremos a encontrar amapolas, subiendo la costa, bajando, caminaremos para esquivar las altas barrancas, las largas mareas y el dolor invisible de los selk’nam.
A finales de 1970, Anne Chapman encontró por fin a dos acompañantes. Bosques, malezas, turbales, lo quebrado del interior, lo escarpado de las costas [pero hubo acogedoras playas]… Llegamos al centro del mundo haush. Ya no quedaban guanacos, ya no quedaban, pero durante el coito, oh paloma, se transformaron en ellos.
a.medinilla
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