—No quiero hablar más de ese niño —respondió Samsa, hojeando el álbum familiar—. Siempre tan injusto consigo mismo, cuando no fue sino un monstruo más, alba y añil como ellos.
—Vaya de inmediato a su rincón, Samsa, y rece para que algún día logre sentir piedad por él, y llorarle como al crisantemo que fue y merece.
«Todo es luminoso y afilado junto a esta mujer, dios santo. Cómo me excita». Psicología lo escrutaba golosa, caminando lentamente hacia la esquina de la habitación en llamas, hacia las argollas, cabizbajo y vengativo como la roja de su madre, que de casta le viene al insecto, acercándose como un dragón sonrosado, con el pico exhausto, rumiando su fuego interior en secreto, pero que ella, y sólo ella, diagnosticó a tiempo. Quizás debería amarlo, ahora y sólo ahora, que era suyo, tan suyo, o acabar con él... antes que fuera tarde.
a.medinilla
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